¿Nunca te dije que quería contarte la historia de mi primer afrodisiaco?
Yo estaba con mi primera pareja, aquella que era historiadora y preparaba una tesis. La que era alcohólica y me pegaba de hostias. Yo le había comentado que iba a ir al Sex Shop de la calle Elvira, por la entrada del callejón, a buscar yohimbina. Me había informado bien. Mi amigo de la Joven Guardia Roja me trajo libros de drogas de su viaje a Estados Unidos. Yo tenía un buen nivel de inglés y me enteraba de lo que leía. Así que supe que la publicitada en esos tiempos, apenas terminados los ochenta, Spanish Fly era la también llamada cantárida, un extracto de moscas comunes secas y trituradas que producía priapismo pero que en fin de cuentas solamente producía un incómodo priapismo y no modificaba el deseo ni añadía la menor voluptuosidad al coito. Algo más bien desesperado que había servido de pretexto para la "lettre de cachet" que encerró al marqués de Sade en la Bastilla.
El libro en cambio, en cuanto a productos de sex shop, a pesar de que era un libro más bien orientado hacia la dietética y los usos de la cannabis, sugería que las gotas de yohimbina, que se vendían por igual que la spanish fly, tenían un efecto diferente y más interesante. Extracto de la Corinanthe Yohimbe, planta africana, eran utilizadas a gran escala con el ganado vacuno, pero actuaban sobre el deseo y sobre la apertura a las sensaciones de placer. Así que le dije después de todas estas explicaciones a mi pareja que iría a buscar de eso. Cuando volví ella ya había olvidado el tema y coloqué el frasco en la biblioteca. Pasaron días como si no apareciese el momento propicio a iniciar las experiencias y un día a eso de la hora del desayuno me cansé de esperar y puse gotas en los dos cafés. Cuando se lo dije ella me respondió : pues ahora te fastidias que tenemos que hacer las compras. Y nos fuimos al mercado de San Agustín, que entonces estada en el fondo de la plaza de la Romanilla o plaza de las palmeras. Cierto es que ibamos cogidos de la mano y de muy buen humor. Cuando recorríamos los puestos de pescado y carne yo me sentía sensiblemente diferente que de costumbre. Creo que el summum de la voluptuosidad en mi vida amorosa fueron esos pescados brillantes y frescos sobre el hielo picado, esos bifteles de todo tipo de carnes. Quizá por eso sacamos la idea de comprar carne de toro de lidia. El toro de lidia contrariamente a lo que se piensa no muere exactamente estressado, sino que muere con las carnes repletas de un máximo de adrenalina, a tope de excitación.
Llegamos a la casa y sí, supongo que debimos de follar. Supongo con cierta certeza que no estuvo mal. En todo caso la noche llegó y nos hicimos un filete de toro de lidia cada uno, casi apenas pasado por la sartén, es decir prácticamente crudo. Lo comimos con las manos en el salón que tenía el balcón abierto sobre la Alhambra, en la placeta de la Concepción, en el 43 de San Juan de los Reyes, que era mi taller, y donde viviamos los dos.
No sé qué pasó para que empezase una bronca irracional, era habitual cuando ella bebía. Y es que ella por su parte aparte del filete se trincó un litro de vino de cartón. A mí me ponía frenético, yo desde que leí Charles Bukowsky no me cortaba un pelo. Lo leía en inglés, también me lo había traído de Norteamérica mi amigo de la Joven Guardia Roja. Así que mientras ella me llamaba cabrón, me decía que yo no tenía cojones, me decía que se cagaba en mis muertos y en mi madre yo le dije : tía, di lo que quieres, no te niego la razón, pero me da por culo que me grites y me voy de aquí, pero espera porque vas a verme desnudo y vas a venir donde yo vaya a follarme si quieres que escuche tus insultos.
Entonces me desabotoné de un tirón la camisa y la tiré al suelo, me bajé los pantalones y quedé desnudo del todo. Soy velludo, en esa época yo no tenía nada de barriga y mi pelo me lo dejaba en plan heavy. Bajé las escaleras y abrí la puerta de la calle. Ella seguía gritando arriba en el salón. Me coloqué desnudo en la puerta de la calle hasta que dejó de gritar. Pero como no bajaba salí a la calle, a la placeta, y me planté en el portal del convento de las putas monjas fascistas de mierda. Ella miraba desde el balcón. La noche era serena, me estuvo mirando ahí tirado y yo respiraba la emoción que aún me quedaba de la yohinbina o de la sugestión o de la adrenalina del toro.
Oíamos un coche acercarse por nuestra calle. Era frecuente que la policía patrullase ya que es mi barrio un barrio pobre y gitano, y les gusta hacerse los machos. Ella bajó rápidamente, me besó, me acarició la polla, y rápidamente entramos en la casa, cerrando de un portazo y retomando la vomitera del vino, de la carne, y creo que follamos otra vez antes de dormirnos como angelitos
.II
Este pequeño florilegio que tengo en proyecto trata de afrodisiacos a través de peripecias vividas por mí o al menos conocidas de primera mano. Pero la duda me viene si puedo contar también otras curiosidades, como mi viaje involuntario a Lyon, en 1992.
Además ya ni siquiera escribo como hablo yo, bastante literato y como me dijo un compañero de generación hace tres o cuatro días, sirviéndome un café, "muy estructurado por la faceta semántica del lenguaje". No, me delecto en hablar como va saliendo, es decir con la voz general de como habla la gente en Andalucía, verdadera cuna de la Humanidad para un judío tardío como yo, un semita semi-semita, un planetario.
Bueno, vamos al viaje, pero prometo que más tarde seguirán mis historias con el Viagra. Yo conocí a mi primera pareja seria en 1992 en el taller de Jose Carlos Valverde, pintor moderno pero figurativo, sobre el que en la Biblioteca de Andalucía sita en Granada todavía se debe encontrar el ejemplar que deposité de mi estudio de su obra en dos vertientes. Ella había sido, como le gustaba explicar, su amante. Así que frecuentemente estaba sentada en un sillón de ese taller relativamente amplio y caótico. Allí empezamos a intimar, cuando le conté que estudiaba Bellas Artes pero que estaba yo tan mal que me había auto-concedido un año sabático.
Yo había pasado años con una vida sexual con señoras mayores que se prostituían para redondear la pensión. Esto ha sido mal entendido por mi novia actual, que cree que yo era uno de esos burros que se van "de putas". No, yo no tenía acceso a otra sexualidad que ésa y tenía sin embargo muchos amores platónicos y desesperantes en la Facultad. Un afecto circulaba con las señoras de la calle del Jazmín y de San Juan de los Reyes, pero claro, de tarde en tarde porque me cobraban dos mil pesetas y yo en general prefería si no comprar algún que otro libro, que ahí empezó mi biblioteca, en esa dicotomía entre follar o leer. O más bien en la coexistencia de esos dos principios de realidad. Perdón, de surrealidad, surrealidad y mucha locura de la buena.
La novia del bigotudo pintor no fue en cambio tan remilgada como mis compañeras de clase.
Me preguntaba cosas, me contaba cosas, me hablaba de artistas que conocía y de Barceló que ella no conocía pero que estaba de moda y merecía estarlo. Se mostraba interesada en lo que yo opinaba de la pintura y también de las cosas que yo podía ya contar haber vivido. Reía franca y oportunamente, más tarde me di cuenta de que ibamos cogidos de la mano. Su mano tocándome me hizo sentir un suspiro largo como una película y profundo como el de un cachalote. Una ballena, macho, una ballena "au masculin", de profundo que fue mi suspiro de placer y paz, de reconciliación con mi propia existencia. Hasta la planta de los pies llegó mi desahogo.
Poco bebí, pero un chupito en cada bar ya me estaban sentando tan saludablemente como un poleo menta o un space cake y no como la brutal cerveza a la que me habían acostumbrado los compañeros de Bellas Artes, y antes los del instituto.
No salí de la nube hasta que después de pasar días en que el semen fluía solo sin tocarme ni pensar ni mirar nada empecé a considerar cómo volver a verla. Entonces recordé la conversación, mejor que ahora, entera, pero ahora retengo tan sólo algo que precipitó que yo fuese involuntariamente a Lyon a las tantas de una noche. Es que ella me dijo que pensaba trasladarse a vivir a una comuna de artistas en la ciudad donde Cézanne pintó, y creo que nombró la montaña Sainte-Victoire. Yo acababa de recibir en un paquete que mi tía paterna, psicoanalista, me había enviado desde París la edición francesa de un libro de Peter Handke sobre los cuadros de Cézanne y la Sainte-Victoire. En pocos días el libro parecía muy viejo porque lo leí durante largos baños calientes. En la bañera, en vez de jabón, o gel de baño o champú, que me parecían banales, yo había infusionado café una vez, otra vez pimienta, en cantidad, otra cacao, otra mostaza, y cada vez me enbadurnaba la cabeza con miel buena del campo. En esos baños fumaba puros, leía aparte de Handke, de manera recurrente Semiótica de Julia Kristeva, también en francés, y revistas porno en papel couché. Fue un tiempo de reflexión antes de coger un tren para Aix-en-Provence, que es la ciudad presidida por esa montaña. El dinero además lo gané de una manera que estaba adaptada a mi vida en condiciones de excepción, de psicosis galopante. Pinté retratos de curas para los Hermanos de San Juan de Dios, el dinero venía del Vaticano, o los cuadros iban a ser instalados en el Vaticano o algo así.
Lo que yo quería realmente contar es por qué fui involuntariamente a parar a Lyon. Resulta que después de un día o dos de tren en Aix-en-Provence no conseguí encontrar ninguna comuna de artistas. Pasé varias semanas en el albergue que hay en una verde loma, justo al lado de un hospital psiquiátrico al que fui la primera noche por equivocación. Por supuesto que no me admitieron, y me sacaron de error y me dibujaron un plano para llegar al verdadero albergue.
Siempre recordaré los servicios o lavabos de hombres de los distintos albergues, pero del de Lyon donde dormí una noche no me acuerdo en absoluto. Puede ser que me aguantase las ganas y no mease hasta volver a coger el tren para corregir mi error. Más bien el engaño, pero a eso no hemos llegado. En Aix-en-Provence, en el WC, por dentro, ponía ; GIVE PIZZA A CHANCE, que me hizo mucha gracia, porque Boy George y otros habían machacado los oídos de todos con la canción "All we are saying is give Peace a chance".
Aix-en-Provence es una ciudad hermanada por su alcalde con la de Granada, y el casco viejo de Aix recuerda mucho el bosque de la Alhambra, el Realejo un poco. Grandes plátanos de sombra, fuentes, edificios viejos de yeso gris oscuro por la polución, una población que parecen todos profesores de letras que hubiesen tomado calmantes, en fin, un primor, y yo paseándome y preguntando a cualquiera de esos honorables profesores si había por allí comunas y en qué calle. Eso hizo que visitase el museo Granet, donde hay un bonito Júpiter con una mortal, por Ingres. Y otros cuadros a los que dediqué un rato de contemplación. También me quedé bobo mirando la calle desde una ventana del museo, no sé ya por qué. Hasta que cerraron. Creo que estaba cansado de buscar la comuna.
Las noches en el albergue, los veinteañeros o trentañeros se masturbaban en las literas todos a la vez, contándose historias sobre lo que hacían las chicas en el otro lado. Yo tuve convulsiones, pero agradables. Todo de preferencia en inglés para poder entendernos todos.
Hablé con una cincuentona una vez desayunando. Otra vez una profesora de literatura que conocía a mis padres por un intercambio cultural vino al albergue a buscarme y dimos un paseo. Al lado del albergue estaba el museo Vasarelli, de Op-Art. Muy similar en apariencia a la famosa capilla Rothko.
La cuestión es que terminé pensando que no me quedaba dinero para mucho más y que me volvería para Granada. Pero pensaba parar en Valencia, conocer más cosas. Y aquí viene mi peripecia, compré un billete Marsella-Valencia y la hora era muy justa así que le pregunté con prisa a un jefe de estación cuál era el tren para Valencia, y para quedar mejor pronuncié Valence. Valence es una ciudad en mitad de la Francia profunda. Me monté en ese tren y seguí leyendo mis lecturas. Veía pasar ciudades. Vi pasar Valence y me hizo gracia. Pero empezó la duda. Llegando a Lyon el controlador dijo que mi billete no era de ese tren. Le enseñé el libro de Peter Handke, le expliqué que me había engañado el jefe de estación, hice un escándalo y hasta conté que estaba enamorado. El controlador me siguió la corriente pero fue muy legal y me hizo un documento para que en la estación de Lyon me cambiasen el billete gratuitamente, sin gastos añadidos, con derecho a parada donde yo quisiera hasta que llegase a Valencia, la de España... creo que yo tenía un carnet de estudiante con algunas ventajas.
Así que pasé una noche sin mear en una litera de un albergue de Lyon al que llegué en taxi, que eso sí lo pagué, o a lo mejor hasta me ingenié para llegar en autobús.
III
Lo que pasó a partir del día siguiente, saliendo de Lyon hacia el sur, pues lo pienso contar, pero ahora no. Tengo curiosidad por saber qué voy a contar ahora. La música me sugiere que venga a tiempos más cercanos, que son los que más parecen pertenecer al pasado. Por ejemplo el Viagra, que solamente ha hecho aparición tres veces en mi vida. La tercera todavía no, en realidad, aunque lo tengo ya comprado.
La primera vez simplemente cumplió su función, es decir arreglar una disfunción eréctil temporal. La segunda fue más por miedo a la disfunción que por disfunción misma. En ambas ocasiones estaba con diferentes novias y me jartaba de follar, o sea que es que no daba más de sí. Pero la primera se justifica porque era una devoradora y siempre tenía ganas, y hay que ver qué rápido lubricaba. El Viagra, como un geniecillo de ingenio reducido, fue leal y amplió mis horas de follesca, solamente que esa tía nunca te decia "hostia que bien" o "me he corrido tres veces (o cinco)" sino que parecía estar corriéndose en permanencia, o sea haciendo teatro, pero del bueno, bien húmedo, estremecida.
Yo he ido aprendiendo progresivamente la importancia de comer bien el coño, antes durante y después (si se puede). No tener miedo a los fluidos, apreciar los olores almizclados, no hacer ascos al beso en el ano, cogerle gusto a de pronto tragarte una repentina secreción, que, si hay amor, suele tener buen sabor y ser una delicia. Ovidio sacaba a relucir la conveniencia para los amantes de tomar ajo crudo en abundancia. Luego he comprendido que no es solamente que sea bueno para la circulación y por tanto para la erección masculina, y femenina. Es que además el ajo, por antiséptico o por virtudes secretas que aún la ciencia desconoce, da buen sabor y buen olor al coño.
IV
IV
sin dormir
desayunando un croissant barato un zumo barato y un café universal
con el pelo que lo tengo de vez en cuando echao patras ahora como el actor de grease
cuando sale en otra pelicula mucho posterior pero ya antigua que parece que viene del otro mundo de la obra de arte, inevitablemente afeado pero misterioso, no sé yo en mi caso que daría por mi alguien con entendimiento
paso de charlatan a misantropo angustiado con solo que cambie el viento
y ademas he estado dando la nota con doble retintin no sabia como ponerme, cambió el aire me puse a tiritar, le llevé los dos vasos zumo y café a la barra al buen y enorme libanés y por primera vez no dejé propina
asi que voy como intentando complacer a las dos, lo cual de manera profunda, dificil es que sea como las buenas de nuestras muelas que tienen dos raices, que yo me parezco al liquen y al musgo, me deposito sobre la piel de la chica que me enamora con sus ocurrencias
esta mañana di los buenos días a Bissecta, como si nada hubiera pasado
el caso es que hablé o habló o hablamos de perfumes
de YSL
pero no hablábamos del mismo, ella tenía todo en mente con otro perfume
cuando la amistad ha sido así negada, ignorada, evacuada, vuelve con furia en forma de deseo
la foto en parte creo que me iba dedicada pero no para aqui de portada salvo que MBM, la autora y modelo del autoretrato, la musa autosuficiente por más creadora no hay... pues tenga algún interès en promoverla en tanto tal autoretrato y yo encantado porque la mayoria de sus fotos me gustan
asi que ahora hay un dibujo mio y que cada cual lo interprete como tal, un dibujo para dar lugar a las practicas artisticas tocantes a la belleza que aunque no lo crea nadie, una vez retirada la moda y la publicidad y el cine malo pues queda poco arte interesado de verdad en que la belleza muestre lo que tiene de Verdad en el sentido de desocultación heideggeriana en fin lo más elemental en arte, religión, vida, cábala, y reposo : el amor
no merece la pena desgañitarnos sobre la defensa de lo obsceno por Guy Debord, explicar por ejemplo que él lo contraponía a lo morboso y más profundamente obsceno del espectáculo social
porque se puede decir que me voy a permitir hacer perfil bajo para que me den menos subidones, quedando siempre en el desliz de la indiscrecion por no haberseme dado permiso para el perfil alto que todo lo bendice
es interesante no dormir, funcionar por control exterior desde que hackearon mi psyché
esa idea con calma, estoy hablando de la cristalizacion à la Stendhal, y no quiero que me pase más una noche como esta en la que han desfilado como en el septimo sello de bergman todas las mujeres de mi vida a la vez
una loca me vio de vuelta de desayunar, una que no conozco pero que debió calar mi pinta y estaba por su parte igual de trasnochada va y suelta algo asi como : monsieur le tour du mon'dans un pastisse
y lo decia con rabia, muy femenina colérica justicia matinal
y me vine al lado plano del lector, que suele ser un autor desencantado demasiado pronto o demasiado tarde en mi caso cuando leo y anoche también traduje lo que iba leyendo de las Mil y Una Noches del francés al español, las partes de poema