CONTEMPORARY FLOOD
Uno debe admirarse no por los que conoce vivos que son vanidad si creemos que su fascinación se escribe en la historia sino por los que conocemos por la historia al comprobar que es ahí donde se encuentra la vida
era una frase en recuerdo de estanislao zuleta
Buscaré una novia maoísta de verdad, joven, entusiasta. Le explicaré que aunque es inhumano privar de la sexualidad a cualquier ser humano, por la prisión o por el puritanismo, es decir que aunque es imperativo el vivir sexualmente, el tener pareja y realizar toda esa pantomima de la belleza de las sensaciones y de la comunicación de los sexos, una existencia que no tenga estudio y lectura, que consista, como ha consistido mi relación con Jeanne, solamente en el coito y la atormentada espera del coito, es una existencia consistente en locura, por ausencia del referente exterior que da el estudio. Así establecidos los postulados de la necesidad de estudio, mi relación con mi nueva pareja permitirá que yo recupere mis libros que quedaron en el taller de París y que ambos evolucionemos intelectualmente en vez de agredirnos verbalmente en la ya conocida espiral de la violencia. Asimismo el maoísmo de mi pareja hará que la violencia se emplee en la lucha de clases, única trascendencia productora de sentido en este mundo apocalíptico.
no deis más información que la que el otro necesite y si la puede necesitar es que la necesita, dice el super-ego o facha interior, un discurso donde cuenta más el tono imperativo que la coherencia semántica o intelectual de lo dicho
bueno, los no tan jóvenes musulmanes que por resorte manifestaron una turbia amenaza a mi paso delante del shawarma, volviendo tarde de una fiesta con mucho de santería, descamisado en púrpura carmín con un globo azul en la mano y acompañado de dos amigas colombianas, era el cumpleaños de Durenka, la viuda de Alaskoish, artista cantante ella misma, estaban como tantos pobres en Francia … disculpen lectores y lectoras, voy a empezar por el principio
Aunque todo fue un zhakt, un instante fugaz. Posiblemente su gesto de amenaza fue inconsciente, por reflejo. También pienso que no se trataba necesariamente de integristas, sino que por el contrario se podía pensar que fuesen fans disgustados o haters. Quizá artistas que se saben ignorados por mi perfil y que manifiestan celos profesionales.
Podría ser que mi ruptura con Marga fuese ya manifiesta a ojos del público y que se hubiese difundido como un drama en vivo, en la medida en que Margarita siempre insistió en que si con Rober había vivido su Margarita y el Maestro, conmigo se trataba de vivir Fausto y Margarita, que también era la obra representada en Sevilla por la Fura dels Baus y en la que ella había tenido algo que ver. Ahora bien, la obra de Marga era un drama social de dimensiones guerreras en el que los fans estaban implicados a fondo, un espejo de interpretación que sólo podía terminar en el linchamiento del uno o la otra. Quizás ese fue el respingo que pegaron los que estaban ya de larga tertulia en el shawarma, y nada más
Donde veo más vitalidad en cómic reciente es el Génesis de Robert Crumb
Espero que vas bien. En el cumple de ayer (fiesta flamenca, canto lírico decadente y zíngaro, santería afroamericana profunda que deja marcado) bailé mucho y me dijeron “Manuel, estás sembrao” y que volviese contigo. No sé qué quiere decir sembrao.
Yo no me acordaba de que Teresa, que vive con Durenka, nos había invitado a Margarita, a Louise y a mí al festejo que pensaba preparar para el cumpleaños de Durenka. A Marga le parecían maneras y conexiones propias del siglo XIX. Teresa solamente podía verse reducida a hacer figura de mucama, y su creatividad se volvía anécdota reprimida por el recuerdo. No fue así en la fiesta, Teresa efectivamente empezó por presentar con ceremonia, y oraciones, los platos que había cocinado, pero pronto su sensualidad de mujer negra imperativa e iniciada en su religión la presentó a mi sensibilidad como el eje de todo el movimiento colectivo de la fiesta, al margen del género de música que en cada momento se conjugó.
Durenka vestida de largo blanco, con un foulard encarnado, hacía pensar en una figura semi-yacente de Klimt o de Puvis de Chavannes, o de ciertas visiones de Gustave Moreau.
Los componentes de la fiesta hubiéramos dado cuerpo a un capítulo de Rostros Ocultos, la novela en ajedrez de Salvador Dalí. O a cualquier otra novela en ajedrez, como las que escribía el marido de Durenka.
Cuento, incluyéndome, dos pintores entre los personajes que se me presentaron abiertos. El otro pintor era Arturo que conozco desde los años noventa, habiendo una cierta sincronía entre la carrera de pintor de él y la mía al tiempo que una desconexión durante el tiempo entre los noventa y la actualidad.
Arturo supondría una sorprendente novela psicológica, es un personaje de Paul Auster, pero supera para mí el débil encanto de esas novelas, ya que conocerlo de verdad es participar de un estado similar a la excitación y a la perplejidad. Esa mezcla es en realidad la alegría de volverlo a ver, verlo tan guapo como siempre, tan glamouroso.
He incurrido en el defecto de cifrar en masculino la pintura, y hace mucho tiempo que no razonaba así, antes de conocer a la madre de mi hijo, pintora, que fue quien me avisó por teléfono de que la fiesta comenzaba. Casualmente yo estaba cerca de Pavaneras, cargando el móvil y en conferencia con Berthe, a la que necesitaba oír por sentir un gran vacío. El bocadillo de jamón que me comí antes ocupaba extrañamente ese vacío y yo sentía náuseas.
Puede ser que llevar jamón porcino en el estómago en un locutorio halal me sometiese a la cólera de Allah, pero solamente si una onda de esas entraba, porque el personal es cool siempre allí. Antes de subir Pavaneras, fue en el propio locutorio donde encontré un perfume de aceite de Argan para regalarle a Durenka.
Creo que había al menos otra pintora más (sin contar el hecho de que la festejada anfitriona es una gran pintora y que sus cuadros y los de su hijo Alexis agenciaban la decoración de todos los cuartos, además de los altares de santería con elementos budistas y velas encendidas en los que se puede pensar que Teresa tiene un ascendente )
De las mujeres guapas o interesantes me da pudor y me falta la fuerza para la descripción individual, me atengo al rasgo sufí de toda fiesta granadina.
Describir en panorámica la pamoison leve y trémula pero la mirada viva y despierta a todas las conversaciones, las nalgas de Teresa que accidentalmente permanecieron delante de mi cara, piel de ébano en la sombra o de roble pulido, veladas por muselina vainilla y que remiten a la parte indígena americana del mestizaje santero. Esas nalgas pequeñas y caderas breves de las indias que son similares también en Extremo Oriente. La figura ancestral de Teresa sentada al pie de la danza, con sus piernas ligeras, el tacón y la punta posadas, en elegante inmovilidad. La testa melenuda de cacique y chamana de la Orinoquía, la elasticidad de las mujeres negras.
Estuve durante toda la fiesta en conversación amigable con una colombiana de voz ronca, mujer angulosa, con los ojitos rayados y los pómulos marcados del sustrato indígena y el andar enérgico del trabajador americano en general, ella añadía a esos aires una gracia personal, un serio entusiasmo y una susceptibilidad leal. En algún momento estuvimos fuera tomando el aire en el Campo del Príncipe, ella y yo.
Encadenaba con encontrarme a Arturo en la ventana pasándome un canuto y nuestra comparación de nuestras ventas, él pagado en Francos Suizos y yo en Coronas Noruegas, para algunos de nuestros cuadros vendidos.
Esa misma acera y dos trentañeros que se creen adolescentes que suben a por mí desde que me ven y que me piden tabaco en tono insultante, yo busco y descubro que el paquete que guardo está vacío ya y les doy el cigarrillo que estaba fumando.
Sigue la panorámica sobre racimos de mujeres. Una mujer que besé, al despedirme, un poco más cerca de la boca que de cada lado de la cara. Bien plantada y con la actitud de alguien serio, leído, pero también galante y con estilo.
Un extraño drama. Un hombre guapo, sufí converso, es decir nacido cristiano, perteneciente a una de esas comunidades españolas de musulmanes estetas y posmodernos, llega entregando con precipitación varios regalos, posa para unas fotos de grupo, y va sintiéndose incomodado por algún trastorno, quizá digestivo.
El guitarrista flamenco y también cantante es un rubicundo gitano rubio de Algeciras, que vive en Granada, juvenil, nervioso, expresivo y mesmerizante.
El japonés, que creo que filmó alguna secuencia y que el mejicano sacó a bailar.
Estaba la albaicinera de nacimiento con su hijo y su marido, vestida de hada y maquillada con khol, unos ojazos y una voz en la que gime la hermana del alma, para mi oído educado en el mismo barrio.
Una cubana joven, estudiante de arte, de rasgos muy africanos, fina como silueta, sonrisa candorosa y atención a todo lo que se decía o se indicaba en una u otra parte.
Varias veces vino a hablarme un mejicano, arrugado de cara y de larga melena cana, era una combinación de Einstein y jefe indio. Filosofía chamánica con la que evidentemente siempre estoy de acuerdo. Empezó a dar golpecitos con un dedo en mi frente y en la de cada uno y cada una y se iba volviendo insistente. Finalmente encontró un sitio donde posarse y quedarse quieto y pensativo incrustado cerca de Durenka. Parecía una gárgola precolombina. No me importaría volver a platicar. Transmitía alegría, a pesar de su ciclo maníaco sin mayor gravedad aparente.
Había muchachas de treinta años, bonitas y tímidas, vestidas en general de vestidos negros, de nacionalidades diversas, la española incluida.
Llevo largo tiempo olvidando una cosa. La no concordancia radical del modelo político adoptado por el hijo de Durenka, Alexis, con el de algunos de nosotros, todo esto sobreentendido, nunca dicho, y que posiblemente hubiese sido un choque encontrarlo en la fiesta, y que el retraso de Alexis estuviese originado por esa discrepancia incómoda.
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